El único problema de esto, que no es pequeño, se halla en el hecho de que el bien exige un esfuerzo, un vencimiento de la voluntad. Lo que de modo habitual nos pide el cuerpo suele ser justo lo que no se debe hacer en ese momento. Es evidente que a ningún niño le apetece, por ejemplo, ponerse a recoger el cuerto o sentarse a estudiar un exámen o comerse un plato que no sea su preferido. En esos momentos es cuando hay que ejercitat las virtudes del órden, en el primer caso, y de la fortaleza, en los otros dos.
Antes esto, podríamos objetar algunos argumentos que podemos emplear como motivación con nuestros hijos adecuándonos a su edad y capacidad de comprensión :
- Los niños que siempre hacen lo que les apetece son unos flojuchos. Tú quieres ser una persona fuerte ,¿verdad?
- Todas las cosas que merecen la pena en esta vida se únicamente gracias al esfuerzo. De modo que, cuando veas que algo no supone ningún esfuerzo, piensa que tampoco tendrá mucho valor. Decía Aristóteles que se hacen poseedores de las cosas buenas y bellas de la vida aquellos que se esfuerzan en obrar correctamente.
- Cuando uno hace el bien y se vence a si mismo, se siente muy bien interiormente.Hemos de animar a nuestros hijos a que se venzan en pequeños actos de virtud a lo largo de la jornada, sabiendo que, de esa manera, les estamos capacitando para ser felices en su vida futura.
- Y, sobre todo, lo que necesitan los niños es que se les reconozca y felicite. Eso les hace crecer en autoestima. Es el refuerzo positivo tantas veces descrito, que estimula a la repetición del acto. Es muy importante decir a nuestros hijos lo contentos y orgullosos que estamos por lo bien que han hecho algo, aun que ese <<algo>> sea una cosa pequeña. De ese modo verán que, actuando bien, contribuyen también a que la alegría reine, primero, en su propio interior, y, luego, en el ambiente en el que estan, especialemte, en la familia. Recordemos esta idea contínuamente a nuestros hijos:
Es cierto que los hijos suelen parecerse a sus padres y que, detrás de unos excelentes chavales, siempre hay unos pardes también excelentes. De manera que, si queremos hijos que nuestros hijos avancen por el camino de la virtud, debemos procurar ser nosotros también virtusos. El ejemplo mueve más que las palabras.
Resulta también bastante consolador para los padres el que el deseo mismo de educar a nuestros hijos nos impulsa a mejorar como padres. Por eso, cuando nos empeñamos en educar a nuestros hijos, nos automejoramos como personas, ya que <<nadie da lo que no tiene >>. Ya decía Séneca que los hombres, al enseñar a los otros, aprenden ellos.
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