En el ejercicio de la libertad nos jugamos nuestro ser moral.
Somos libres de elegir nuestras acciones; pero, una vez realizadas estas, no somos ya libres de elegir las consecuencias que de ellas se derivan para nuestra persona. Y no nos referimos tanto a las consecuencias de tipo material. Es cierto que mucha gente actúa mal, pero luego no les pasa nada : hay muchos estudiantes y no se les pilla o muchos delincuentes cuyos actos resultan impunes.Sin embargo el daño interno que se deriva de estos actos es inevitable y hace, poco a poco, que esas personas sean unos desgraciados, aunque no se den cuenta de ello. Y es que da la impresión de que, muchas veces, los que actuan de manera inmoral tienen éxito en la vida e incluso despiertan admiración. Hay muchas personas que quieren la libertad, pero no su reverso, la responsabilidad. De ahí que quieran la borrachera, pero no la resaca; que quieran perder el tiempo y al mismo tiempo sacar buenas notas. El problema es que muchas veces no reconocemos los errores y comenzamos a tejer una espiral de autoengaño que acaba por arruinar nuestro ser moral. Es típico de algunos niños el intentar disculparse de sus errores, echando la culpa a los demás. Si notamos ese defecto en alguno de nuestros hijos, estamos atentos a corregirlo.
Enseñemos a nuestros hijos a ser sinceros en primer lugar, consigo mismos, y, para ello, es clave que reconozcan la resposabilidad de sus errores. Es muy típico entre los estudiantes el decir : he aprovado todas. Pero, si no es así, dicen : me han suspendido dos asignaturas.
Las personas no solemos tener muchos problemas al reconocer nuestros méritos, ya que todos somos algo vanidosos; sin embargo, y debido a la misma vanidad, nos cuesta reconocer que tenemos errores.
Cada cual es causante de su propio ser moral. La responsabilidad afecta a todas nuestras acciones libres y voluntarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario